Jorge Garcés B.
Hoy podría decirse sin temor a equivocarnos que los seres humanos no aprovechamos la pandemia del COVID-19 para cambiar. Por lo tanto, ¿qué nos hace pensar que la emergencia climática recibirá de parte nuestra una acción global distinta? La tendencia es continuar reemplazando a las instituciones públicas por la empresa privada, en vez de invertir en el fortalecimiento institucional de los Estados modernos.
En el mejor de los casos las asociaciones público-privadas están intentando que el interés público se complemente con los intereses económicos de las grandes corporaciones. Sin embargo, la coordinación internacional sigue siendo precaria y los nacionalismos están cada vez más exacerbados, distorsionando la idea de estar insertos en una aldea global.
Dicho de otro modo, la empresa privada es quien gobierna el mundo de hoy y no es ético ni mucho menos inteligente que miles de millones de personas estén pasando las mismas afugias de Marx. De tal manera que es un paradigma seguir pensando que un Estado no pueda ni deba emprender o innovar para intervenir, no sólo cuando falle el mercado, sino cuando ocurran emergencias sociales a gran escala.
Por eso sería recomendable recrear o deconstruir la relación entre Estado, Gobierno, empresa y natura para enfrentar o prevenir futuros retos sociales con mayor eficacia. Es más, desde la crisis financiera internacional de 2008, la reciente pandemia del COVID-19 y el cambio climático global, los Estados y Gobiernos del mundo han tenido que intervenir cada vez con mayor frecuencia la economía de sus países, mientras atienden la crisis ética, ambiental, digital y sanitaria.
Entonces, la pregunta es: ¿cómo convertir las necesidades más urgentes de hoy en competencias mientras se democratiza el Internet? No lo sé. Lo cierto es que también hace falta seguir construyendo una legislación que incorpore los derechos de la naturaleza y que nos ayude a cohesionar el uso de Internet, especialmente las redes sociales, la nueva ciencia y la inteligencia artificial.
Una intervención en tal sentido debería entender que, ante nuevos retos públicos y globales, los Estados y Gobiernos deben, primero proteger a quienes le aportan mayor valor a la sociedad, y luego sí atender al darwinismo de las grandes corporaciones. En otras palabras, la disyuntiva de hoy ya no es entre un Estado grande o pequeño, sino entre un Estado inteligente y uno obsoleto.
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