Jorge Garcés B.
Lacan pensaba que “la palabra mata a la cosa”, bueno pues hoy la gente se mata por las cosas. El deseo por cosificar y ser cosificados gobierna al mundo. Me refiero a una sociedad profundamente inmadura, donde los individuos, no sólo carecen de sentido, sino que no se identifican con lo que son ni están a gusto con lo que sienten.
Es más, muchos no saben distinguir entre amar a una persona o quererla como un objeto; hasta podríamos decir que la tecnología es la nueva fase libidinosa por la que atraviesan los individuos en el nuevo milenio. Los padres ausentes son reemplazados por las madres cabeza de familia y la educación sigue educando “bajo influencias comunes”, pero artificialmente comunes. Además, se ha llegado al punto de exigir la profundización del Estado de bienestar o de lo contrario, se amenaza con desatar una ola de violencia en las ciudades.
Ningún tiempo de la humanidad ha sido fácil, pero estar a la altura de las dificultades ayuda a forjar el carácter. Es decir, a solidificar el “primer juramento” que hacemos las personas para enfrentar “los paréntesis de la historia”, los embrujos y desencantos de un mundo sin fundamentos para compartir el sentido que tienen sus heridas.
En muchas culturas de Iberoamérica se ha perdido la tradición oral que transmitían “las nanas” y las abuelas. Sobre “las nanas” Lorca escribió un bello discurso y sobre las abuelas el poeta Saulo Batista las institucionaliza. En todo caso, saber pensar requiere de tiempo y como decía Goethe “de luz para continuar”; para no confundir “las sombras de la caverna” con una realidad que requiere urgentemente de ética para vivir y de ética para gobernar; porque la prudencia y la madurez llegan después, tanto para el poeta como para el hombre de Estado.
Así mismo, no todo hombre público es digno de llamarse un padre de la patria ni toda casa es digna de llamarse un hogar donde descansan las familias; para descubrir que “la vejez es una ciencia” que debe seguir siendo compartida y que la muerte es un acto de justicia. Entre otras cosas, la perfección existe, porque todo lo que nace muere. Mientras tanto, la madurez kantiana consiste en poder “sentir lo que el otro siente”. De lo contrario, el desarrollo es físico, pero no moral; y seremos “niños en cuerpos de adultos”, heredando prejuicios, buscando teológicamente culpables y reclamándole al mundo justicia por el desarrollo de una historia que avanza dejándonos atrás.
Esto que relato no es menor, porque ya no es “el hombre la medida de todas las cosas”, sino el niño la “medición variable” de quienes no saben que “la utopía sirve para caminar”. Por lo tanto, “los años dorados de la raza humana” deben corresponderle al ideal moderno de ser autónomos y solidarios para construir el porvenir. Pero ¿cómo disimular el vacío que nos dejó “la muerte de Dios”? Es decir, ¿cómo disimular que la vejez ya no tiene ningún valor para una sociedad que necesita de “adultos que puedan gobernarse a sí mismos”?
Peor aún, anteriormente los adultos educaban a los niños, pero hoy son los niños los que educan a sus padres, por ejemplo, sobre cómo funciona el mundo digital. “El resultado es el de niños que no son niños y adultos que no son adultos”. Ambos adolecen en “una lógica muy peligrosa para la sociedad”, porque el poder sin criterio, conocimiento o sin madurez desemboca en la tragedia, la comedia o el absurdo.
El problema sigue agravándose, porque las personas prefieren alimentarse de sus vacíos en vez de, por ejemplo, sentarse a leer un libro. Además, por lo general nos gobiernan un puñado de mafiosos poco ilustrados, sin pasado y sin proyectos que combatan el desarraigo, el desasosiego o el éxodo de unos ciudadanos que no se sienten de aquí ni de allá.
No me refiero a los cosmopolitas, a los ciudadanos del mundo ni a los que saben cómodamente de dónde son por la lengua en la que se expresan, sino de quienes ignoran su pasado o se lo inventan para convertir su debilidad en una ventaja comparativa. Dicho de otro modo, así como debe haber una conexión entre el origen y la proyección del individuo o al menos un hilo conductor, también debe haber una relación ética entre los fines y los medios para incluir a toda la diversidad humana en un relato inteligente y común.
Agustín Laje considera que “el sufrimiento puede ser una fuente de sentido”. El poeta Saulo Batista plantea que “el dolor es el principio del hombre”. Y así como los ataques de histeria pueden estar relacionados con la insatisfacción sexual del adulto o la frustración del niño, la neurosis es precisamente la ausencia de sentido en la vida del sujeto.
De tal manera que, Sartre está más vivo que nunca, porque el sentido es lo contrario al existencialismo y el mundo de hoy carece de sentido. El ser humano puede ser un constructor o un destructor de sentido y puede construir un sentido que lo encapsule o uno que lo libere. De mayo del 68 a octubre del 2023.
LANZA LLAMAS. Veo muy difícil que el presidente Petro pueda acometer pacíficamente el cambio que prometió en campaña, transformando social y culturalmente al país. Todo lo contrario, creo que estamos presenciando el comienzo de una nueva etapa de la violencia en Colombia.
DOCUMENTO DE REFERENCIA Y/O CONSULTA:
LAJE, AGUSTÍN. “Generación idiota. Una crítica al adolescentrismo”. HarperCollins, Ciudad de México - 2023.
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