Jorge Garcés B.
Hace ocho días Colombia vivió un verdadero popurrí de acontecimientos. Esta semana, extrañamente, la agenda mediática se ha concentrado en los cuatro niños indígenas, que sobrevivieron a un accidente aéreo en la avioneta que viajaban y que se encuentran perdidos entre las selvas del Caquetá y Guaviare.
Mientras tanto, avanza sospechosamente y sin contratiempos la reforma a la salud, el presidente Petro sancionó desde el Guainía el Plan Nacional de Desarrollo (habrá que leerlo, porque al parecer hay una que otra sorpresa), Vargas Lleras cuestionó el silencio de Uribe y Mancuso, ante la JEP, no dejó títere con cabeza.
En síntesis el excomandante de las Autodefensas sostiene que el DAS estuvo al servicio del paramilitarismo; que las AUC tuvieron hornos crematorios en la frontera con Venezuela; que el exvicepresidente Francisco Santos tuvo relación directa con la creación del Bloque Capital; que las masacres de La Granja y El Aro se planearon en la Cuarta Brigada del Ejército; que la desmovilización del EPL fue una farsa; que no entiende por qué de la paraeconomía poco se investiga o se habla y que los paramilitares tuvieron una estrecha relación con los expresidentes Pastrana y Uribe. Todo lo anterior habrá que enmarcarlo dentro de la verdad humana o la verdad jurídica y sobre eso deberá encargarse la Justicia Especial para la Paz (JEP).
Por otra parte, sigue siendo difícil de entender por qué la paz de Colombia une a la comunidad internacional, pero divide a los colombianos; siendo la paz un gana gana, en especial para los que piensan distinto. La paz es una construcción cultural que mejoraría la calidad de vida de todos, de quienes crean empresa en medio de un ambiente hostil y para los que siembran comida en el campo.
Así que se hace urgente cerrar cuanto antes el capítulo de la violencia política, porque los últimos 72 años de conflicto armado han dejado aproximadamente 10 millones de víctimas, de los cuales se calcula que 2 millones son niños. Colombia necesita más ayuda emocional que bélica para entender lo sucedido, superar los miedos y avanzar hacia el reencuentro de unos y otros.
Porque lamentablemente nos acostumbramos a la guerra, para algunos Colombia es una zona de orden público total, para otros es una gran crisis humanitaria, donde se destruye a la vida y se rompe el tejido social. Colombia necesita una nueva ética y una misma dignidad para todos; desde donde surjan líderes con “claridades innegables”, que nos ayuden a comprender la historia, a comprender la movilización de las juventudes y el protagonismo de las víctimas, sin que sintamos una gota de miedo o mucho menos nos sintamos amenazados.
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