Jorge Garcés B.
Estamos viviendo la era del Antropoceno. Es decir, una época que se caracteriza por el impacto del hombre en la Tierra y su negación para reconocerlo. La crisis es ética, política, cultural, ambiental, estructural y absoluta. La concepción que tenemos de la naturaleza y de nosotros mismos se caracteriza por una desconexión que no nos permite mirarnos al espejo para cuestionar la historia del pensamiento, la política económica dominante o mucho menos el comportamiento propio.
En tal sentido, existe abundante evidencia científica sobre la emergencia climática actual, pero los países desarrollados parecieran no estar interesados en estabilizar la temperatura del planeta. Ahora bien, los que tienen que “decrecer” son los países desarrollados y no las naciones en vía de desarrollo. La tarea de países como Colombia es cuidar las selvas, la fauna y el agua, porque nuestro impacto en la biósfera sigue siendo mínimo o menor.
Por lo tanto, los países desarrollados deberían empezar a descarbonizarse y a ser conscientes de que no se está revirtiendo el calentamiento global comercializando emisiones de carbono. Esas transacciones ya dieron muestra de que son insuficientes y evidencian el fracaso del Protocolo de Kioto. Entre otras cosas, las emisiones de países como China e India están literalmente por las nubes.
Por otra parte, en la Conferencia de Copenhague (COP 15) en diciembre de 2009, los gobiernos se negaron a cumplir con lo pactado en la Convención de 1992 y modificaron el objetivo de la agenda climática para que la temperatura del planeta no se incrementara en más de un grado centígrado para el año 2100. Luego, en la Conferencia realizada en Cancún (COP 16) a finales de 2010, la meta fue que la temperatura no aumentara en más de dos grados centígrados para el año 2100.
Posteriormente, en la COP 21, celebrada en el 2015 en Paris, se retomaron los compromisos de la reducción de emisiones para los países desarrollados y no desarrollados. Sin embargo, la comunidad científica desde entonces está advirtiendo que el Acuerdo de Paris es insuficiente para evitar un aumento de más de 3,5 grados centígrados para el año 2100 y que además desencadenaría en una catástrofe para los seres humanos.
Más adelante, en la COP 25, realizada en Madrid (2019) tampoco se pudo avanzar en compromisos reales y eficaces para estabilizar el clima. Y todo lo anterior, porque el hombre sigue en una especie de negación, tratando de domesticar a la naturaleza para volverla un recuerdo, una foto o un video en alta resolución.
Lo cierto es que en la naturaleza es donde todo surge, nace y tiene movimiento. Por eso, haber separado al ser humano de natura fue un error. El hombre se creyó Dios y desde entonces está tratando de materializar lo que tiene alma. El ser humano considera a la naturaleza como una “cosa no pensante”, un recurso o un objeto que debe servirle y que por lo tanto debe ser dominado. Lamentablemente, este “saber” sigue estando muy arraigado en la racionalidad humana.
Entonces, “cosas pensantes” intentan dominar “cosas no pensantes”. Mientras tanto, seres humanos sensibles, que compartimos el mismo sistema nervioso de los animales intentamos reconectar al hombre con natura y de cambiar esas concepciones; porque la naturaleza es un sistema integrado y vivo, pero nosotros seguimos sin saber cómo relacionarnos sin maltratarlo. Dicho de otro modo, todavía estamos aprendiendo a ser y a hacer en el planeta, porque somos éticamente responsables de preservar la integridad física del mundo. Es decir, de conservar los ecosistemas que sustentan la vida incluyendo la nuestra.
De tal manera, que proteger al medioambiente debería convertirse en la primera agenda común de Colombia. En el primer acuerdo nacional y en la primera política de Estado; porque la biodiversidad de especies y de culturas son nuestra verdadera ventaja comparativa para reorientar al país hacia una ética política que proteja la vida y su derecho a vivir en plenitud de condiciones.
Esto constituye el derecho a existir en “la trama de la vida”, donde el holismo confronte los paradigmas de la ciencia moderna para entender y redefinir las relaciones entre lo humano y lo no-humano. La idea es dejar de ser unos entes sin voluntad para convertirnos en unos seres que cuidemos “la casa común”. Persona es planeta, pero nadie es una segunda naturaleza. Por eso, necesitamos aprender a vivir en armonía, empatía y en permanente cooperación con las demás formas de vida.
Me refiero a una reconexión para la sobrevivencia, pero sin conquistas, jerarquías o dominaciones. “El mundo será verde o no será” y hay que reverdecer al planeta, protegiendo los corredores biológicos para salvar a la vida en la Tierra. Sin embargo, esto no lo pueden hacer exclusivamente los Estados ni los gobiernos. Ciudadanías, más allá de la ecología social y del activismo deben entender que la emergencia climática y el poder de la naturaleza superan cualquier discusión política.
Menciono lo anterior, porque la ecología se politizó y la política se “ecologizó” con la idea de transformar la vida material, la forma de producir, consumir y vivir en sociedad. Entre tanto, los ecologistas se están volviendo cada vez más radicales y la emergencia climática es cada vez mayor.
Sin embargo, hay científicos y geólogos muy polémicos, pero igualmente respetados que piensan diametralmente distinto. Por ejemplo, reconocidos hombres y mujeres de la ciencia consideran que el cambio climático y el aumento de la temperatura del planeta es una simple variación en el clima; argumentando que los climas siempre han variado y que en el pasado han sido inclusive más intensos. También agregan que, lo mismo ocurre con el nivel del mar, donde en el pasado ha aumentado hasta en 1.500 metros.
Adicionalmente, manifiestan que hace cientos de años la atmósfera tuvo más dióxido de carbono que hoy y advierten que, actualmente es tan baja la cantidad de este gas natural, que las plantas se están quedando sin su principal alimento. Además, sostienen que no existe evidencia científica que indique que el dióxido de carbono influye en la temperatura o el clima de la Tierra.
Estos científicos y geólogos no dudan en expresar que, del calentamiento global de los últimos 330 años, el 3 % se debe a la actividad humana y el restante 97 % a fenómenos naturales; que la humanidad está enfrentando una gran propaganda medioambiental; que la ciencia está corrupta y que las investigaciones sobre el clima son una moda.
Siguiendo la misma línea, los Premios Nobel John F. Clauser e Iván Giaver, junto a 1.609 científicos de diferentes partes del mundo también cuestionaron hace un año “la narrativa alarmista actual” y declararon que “la ciencia del clima debería ser menos política”. Es más, afirmaron que el dióxido de carbono es beneficioso para la vida en el planeta, porque ayuda al crecimiento de la biomasa vegetal y aumenta el rendimiento de los cultivos. En el informe “Declaración Mundial sobre el Clima” del Grupo Global de Inteligencia Climática (CLINTEL), se subraya que la Edad de Hielo terminó en 1850 y que ahora estamos presenciando un periodo natural de calentamiento.
Según este grupo de investigadores, no hay relación alguna entre la narrativa del calentamiento global y el aumento de los huracanas o las sequías. En síntesis, aseguran que no hay ninguna emergencia climática, sino puro alarmismo y sensacionalismo ecológico. Mejor dicho, descartan de plano la extinción de los seres humanos como especie y no sienten la más mínima culpa, responsabilidad o remordimiento por el siniestro legado del hombre y su impacto en la Tierra.
LANZA LLAMAS:
Israel atacó a Irán hace aproximadamente cinco horas. Estoy preparando un Reportaje Especial con la fuente de La Llave en la región.
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DOCUMENTO DE REFERENCIA Y/O CONSULTA:
LARRAÍN, SARA. “Ecología y política”. Penguin Random House Grupo Editorial S.A., Santiago de Chile, 2021.
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