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HACIA UNA PRODUCCIÓN DE SIGNIFICADOS

  • garcesbjorge
  • 25 sept
  • 3 Min. de lectura

Jorge Garcés B

 

 

El genocidio en Gaza y el reconocimiento de un Estado palestino fue el tema central de la más reciente Asamblea General de Naciones Unidas. En 1948 se reconoció al Estado de Israel y ahora diez países europeos, liderados por Francia manifestaron su intención de reconocer al Estado de Palestina. Entre otras cosas, porque Israel no podrá vivir en paz sin que los palestinos tengan un Estado propio y también puedan vivir en paz.

 

Sin embargo, reconocer un Estado palestino en la práctica es sumamente difícil. Empezando, por las diferencias que hay entre Hamas y la Autoridad Nacional Palestina. Por cierto, Israel comenzó hace dos años la guerra contra Hamas con un inmenso respaldo internacional y dado su legítimo derecho a la defensa, pero abandonaron el uso proporcional de la fuerza y están cometiendo un genocidio. Todos los días mueren 25 niños en Gaza y de cada seis muertes violentas cinco son civiles, niños, mujeres y ancianos inocentes. Es una limpieza étnica en pleno desarrollo, en streaming y por televisión.

 

Al mismo tiempo, en la Asamblea General hubo cuestionamientos válidos hacia Naciones Unidas, pero siempre he creído que es mejor un mundo con Naciones Unidas que sin este sistema multilateral. Más bien, se podría reformar, por ejemplo, el Consejo de Seguridad, acabar con el veto y revestir de poder a la Asamblea General y demás órganos principales.

 

En todo caso, Gustavo Petro quisiera regular todo el capital de la Tierra si pudiera, porque desconoce que el debate ya no es ideológico sino entre saberes. Por ejemplo, entre los saberes del sur y el conocimiento científico de Occidente. En otras palabras, la lucha popular es entre saberes y no entre ideologías. Lo cierto es que veo últimamente al primer mandatario desencajado y actuando como si fuera el dueño de la verdad, ignorando que el mundo está repleto de verdades que nos superan a todos.

 

Mejor dicho, Gustavo Petro se está convirtiendo en un presidente regañón. Primero, le dio lecciones al presidente Macron en la cuarta Conferencia Internacional sobre Financiación para el Desarrollo en Sevilla, España. Hace unos días, le hizo varias alusiones a la Jefa de la UNCTAD (United Nations Conference on Trade and Development), Rebeca Grynspan, en el diálogo sobre Soluciones para la Financiación Climática en Naciones Unidas; y ahora pretende judicializar al presidente Trump por los 17 latinoamericanos bombardeados en aguas del Caribe por transportar drogas en lanchas rápidas hacia Estados Unidos.

 

Lo cierto es que Gustavo Petro llegó a la Asamblea General de Naciones Unidas vestido completamente de blanco, como cuando Gabo fue a recibir el Premio Nobel de Literatura a Estocolmo, Suecia en 1982. No obstante, Petro no llevó una parranda vallenata a la ONU sino una voz de protesta contra la descertificación y señalando que el mundo nunca antes había estado tan descuadernado desde la Segunda Guerra Mundial.

 

Quién podría negar que la política antidrogas de Gustavo Petro es tan ineficaz como la guerra contra las drogas que libra Estados Unidos (EE.UU.); que la lucha contra el narcotráfico es una manera del imperio para dominar a los países del sur o que los verdaderos capos viven impunemente en Miami, Nueva York, Madrid, Dubái, Roma o Paris.

 

Eso lo sabe la DEA (Drug Enforcement Administration) y hasta el campesino más humilde de Colombia. Digan lo que quieran, pero a mí también me suena la idea de que algún día América Latina limpie la matriz energética de EE.UU., y que África haga lo mismo con Europa, aunque del dicho al hecho haya mucho trecho. Además, porque no existe una manera armónica de cambiar las relaciones de producción energética y por ende las relaciones de poder entre el norte y el sur o entre el Mediterráneo y “donde el mar hace espuma” (África).

 

Ahora bien, el consumo y la codicia definitivamente son un problema, pero la solución no es ponerle fin al capital o a los recursos no renovables que generan riqueza, porque dióxido de carbono también es vida. En esto se equivocó Colombia, pero no se va a equivocar el resto del mundo. La transición hacia las energías limpias debe ser gradual y sin ideologías.

 

Por lo tanto, el mundo necesita entender que la crisis del cambio climático es consecuencia de la crisis política que vive el planeta entero. Mejor dicho, que la democracia de Whitman ya no existe, pero que eso no significa que la solución sea implantar el socialismo a diestra y siniestra. Eso sería sobresimplificar el problema o no entenderlo.

 

Por eso, me quedo con la idea de salvar al Estado-nación, volverlo más humano y formar sujetos políticos que, en vez de trabajar para comprar cosas, produzcan nuevos significados para llenar los vacíos de la humanidad y zanjar las brechas culturales que dejó la globalización.


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