Jorge Garcés B.
Tras el primer año del presidente Petro hay que señalar que los resultados en términos generales son balbuceantes. El primer mandatario sabe que no está cumpliendo con lo que prometió y que tampoco podrá hacerlo. Algunos dirán que afortunadamente Colombia es institucionalmente fuerte y que los pesos y contrapesos están funcionando, pero una inacción gubernamental tan prolongada en el tiempo también tiene consecuencias nefastas para el país.
Ojalá el jefe de Estado entienda que tratar de cambiarlo todo es contraproducente y que de su talante y buenas maneras dependerá en gran medida el éxito de su gestión. Estoy seguro de que él sabía que gobernar era difícil, pero no tenía manera de saber que era tan difícil.
De cualquier forma, es importante que el presidente Petro siga pensando globalmente y mirando al mundo, pero debe materializar su discurso. El primer mandatario se excusa diciendo que, a pesar de ser el presidente de un país históricamente presidencialista, en realidad él no tiene el poder. Que el poder lo tienen cuatro grupos económicos, lo cual es tan cierto que, o las élites económicas de Colombia cambian, o las cambian. La segunda excusa que él manifiesta y que me resulta interesante es que la cultura burocrática vigente también ha sido un obstáculo para la ejecución del cambio.
No obstante, pretender cambiar el modelo de desarrollo y la matriz energética del mundo desde la Casa de Nariño es plausible, pero a todas luces quijotesco. Además, un error de cálculo en la transición puede terminar siendo un verdadero desastre para Colombia.
Sin embargo, hay tres eventos recientes que por ahora me dejan tranquilo. El hecho de que el primer mandatario se haya quedado a escuchar los discursos de la oposición en la instalación de la segunda legislatura del Congreso. Su enfático respeto por la separación de poderes ante la captura de su hijo Nicolás por agentes del CTI de la Fiscalía y la reciente recuperación del peso con respecto al dólar. En otras palabras, el presidente Petro está demostrando ser un demócrata contra todos los pronósticos e incluso para las calificadoras de riesgo.
Es más, pareciera que la economía se estuviera estabilizando. La inflación ha bajado. La política fiscal de mediano plazo está alineada con los objetivos del Gobierno Nacional. Y la política monetaria la sigue dictando sin contratiempos el Banco de la República, aunque la recuperación del grado de inversión siga estando lejana.
Por otro lado, el jefe de Estado y en especial el ministro Velasco, deberán priorizar sobre cuáles de las 35 reformas legislativas son las más necesarias. Porque el Congreso, especialmente la Cámara de Representantes estará a media marcha, más preocupada por las elecciones de octubre que por cualquier otra cosa.
Por eso el presidente Petro volvió a proponer un acuerdo nacional. Es decir, un acuerdo político y una nueva coalición en el Congreso. Ya veremos qué dice la U, los conservadores, el expresidente César Gaviria y si el gobierno estará dispuesto a ceder.
Lo cierto es que cuatro años son mucho tiempo para descuadernarlo todo y poco tiempo para mejorarlo todo. Por eso es una lástima que la izquierda democrática no recoja las banderas de la Seguridad, porque pareciera que el presidente Petro se estuviera haciendo el bobo ante el deterioro del orden público en el país.
Porque por ahora el Estallido Social está controlado, pero si el presidente Petro fracasa, la ilusión del cambio se frustra y la corrupción no cesa, Colombia tiene dos caminos: transitar hacia un nuevo ciclo de la violencia, sólo que esta vez se desarrollaría en las ciudades o que el negacionismo de la extrema derecha regrese al poder central y los clanes políticos a las regiones.
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