Jorge Garcés B.
En Colombia no sabemos a ciencia cierta para dónde vamos. Petro ganó por un estrecho margen las presidenciales y a pesar de haber sido parlamentario durante aproximadamente veinte años, pareciera por momentos desconocer los derechos de la otra mitad del país que no votó por él, pareciera olvidar la separación de poderes, los pesos y contrapesos de los poderes y el ABC de las democracias representativas.
Porque la pugnacidad de sus discursos, primero en Zarzal, Valle del Cauca y luego desde el balcón que mira hacia la Plaza de Armas, contrastan con el diálogo tranquilo y sereno de las entrevistas para La W Radio y El País de España. Todo pareciera indicar que está jugando a dos bandas, en Colombia se comporta como un caudillo y en España como un estadista.
Lo cierto es que la coalición sigue viva, eso se pudo constatar en la aprobación del Plan Nacional de Desarrollo (PND), donde el gobierno obtuvo contadas derrotas (todavía no conocemos todo el articulado). La estrategia de negociar con las bases de los partidos y no con sus jefes dio resultado. No obstante, la amenaza de una eventual revolución en caso de que las reformas no prosperen se mantiene incólume.
Cuando dicen que las reformas son una manera de hacer la revolución sin violencia, les faltó agregar: y sin la presión de miles de indígenas con pasamontañas y bastones de mando, merodeando como un ejército el centro de Bogotá, en las inmediaciones del Congreso de la República. Porque esa no es la manera más idónea de discutir y planificar tranquilamente la hoja de ruta de un país.
Por otra parte, la anulación de la elección de Roy Barreras al senado por parte del Consejo de Estado es una baja sensible para la bancada de Gobierno. A él le queda el recurso de interponer una tutela y a nosotros la tarea de especular quién lo reemplazará.
Ahora bien, la Corte Suprema de Justicia aclaró que el primer mandatario no es el jefe del fiscal general de la Nación, pero le faltó decir que dentro de las funciones del doctor Barbosa tampoco está hacerle control político al presidente de la República.
Sin embargo, detrás de esta pelea hay gato encerrado. Se trata de una investigación del periodista Gonzalo Guillen, por la que Petro lleva un tiempo averiguando, sin obtener respuesta del ente acusador. La investigación responsabiliza por omisión a la Fiscalía General de la Nación, más exactamente a un fiscal delegado de apellido Hernández, en el asesinato de 200 personas por parte del Clan del Golfo y por tener supuestamente hasta la fecha engavetada la investigación.
De cualquier manera, estamos ante el fin de una era y el comienzo de una gran incertidumbre. Por lo pronto, se avizoran una serie de reformas graduales para combatir especialmente las desigualdades sociales. Colombia sabe mejorar la tasa de pobreza, íbamos bien hasta la Pandemia, pero no hay un consenso interno sobre cómo abordar las desigualdades sociales; porque la pobreza se enfrenta resolviendo las necesidades básicas de los ciudadanos, pero las desigualdades sociales se combaten distribuyendo justamente los recursos del país. La segunda es más difícil.
Por eso necesitamos que el país crezca para poder distribuir con mayor justicia social, necesitamos generar riqueza para poder repartir riqueza y necesitamos producir para diversificar, pero el Banco Mundial prevé un crecimiento del 1.1 % para el año 2023.
Al mismo tiempo, el presidente Petro debe entender que Colombia requiere del Petro estadista y no del Petro populista para llevar a cabo las transformaciones sustantivas que el país necesita; para, por ejemplo, terminar con la violencia política, pero sin debilitar las instituciones.
A veces pienso que moderar el cambio podría ser lo más conveniente, porque el presidente está planteando una nueva economía moral (así se titula un libro del presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador), no sólo para Colombia, sino para el mundo y aunque sea necesario no deja de ser un tanto pretencioso.
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