Jorge Garcés B.
Uno es un ciudadano todos los días, no sólo cada cuatro años cuando debe salir a votar. Entre otras cosas, porque la democracia es mucho más que eso. Creer lo contrario sería caer en un simple reduccionismo democrático. Además, votar es una especie de ilusión, porque la realidad es una imposición de los poderosos, que se aprovechan de las imperfecciones democráticas.
Dicho esto, en Colombia nos matamos básicamente por tres razones: por la política económica, por los medios de subsistencia o por satisfacer la codicia humana. Entre tanto, la política del odio nos tiene a casi todos marchando ideológicamente en los últimos tiempos. Lo cierto es que en Colombia cada 15 años se apaciguan las cosas, se desmoviliza un grupo armado, pero luego aparece otro ejército irregular, cada vez más cruento y degradado.
Una hipótesis de por qué nos pasa esto es que la paz no se alcanza con el acuerdo entre dos élites o dos cúpulas, a pesar de contar con el respaldo del 30 % de los ciudadanos que son políticamente activos. La paz requiere de una inmensa masa y de la verdadera mayoría. Estoy hablando de al menos el 60 % de la población que nunca participa, que nunca es tenida en cuenta por el Estado y que se acostumbró a vivir pasivamente entre la violencia, la corrupción, la pobreza y el olvido.
Esta exclusión histórica y esta barbarie sistémica es una condena para los que no tienen las armas, el dinero, la tierra, el contrato o la curul y es la fiel muestra de que se puede vivir en el paraíso y en el infierno al mismo tiempo y a la misma vez; porque estamos ante un orden y un estado de cosas supremamente injusto, que sólo genera odio, en vez de juntar al país y conducirlo hacia un futuro menos cruel para la vida en la “geografía más difícil del continente”.
La vida toda en Colombia es irregular, porque los actores de la guerra son monstruos y las razones del conflicto son absolutamente monstruosas. Tal vez por eso me decía un amigo el otro día, que a Colombia había que volverla a hacer, porque somos el resultado de un Estado y un pueblo ausente, donde “unos pocos se benefician de todo y no se hacen responsables de nada”. Mejor dicho, acá los violentos y los corruptos sustituyeron al Estado y al pueblo hace mucho tiempo.
Desde entonces, una casta corrupta se adueñó de la política, convirtiendo a Colombia en un lugar que produce miedo, donde sólo “el triste entiende al triste”, “el pobre ayuda al pobre” “y por un peso te matan”. De tal manera, que estamos obligados a devolverle el destino verdaderamente democrático a los ciudadanos. Por ejemplo, necesitamos más instituciones que funcionen como un relojito y menos encuestas que manipulen a la gente con la medición de las cosas que varían. Los ciudadanos y los Estados democráticos deben serlo todos los días y no cada cuatro años para “negociar la política” y “repartir el presupuesto” nacional.
Por otro lado, veo muy difícil que el presidente Petro pueda crear un nuevo modelo de sociedad, porque mucho de lo que está ofreciendo son subsidios insostenibles en el tiempo y porque no se puede organizar a una sociedad, cuando uno ni siquiera puede organizar el gobierno que lidera.
Ahora bien, es cierto que en Colombia desconfiamos los unos de los otros. Es decir, que no hay certezas entre nosotros. Debe ser por eso que políticamente sea tan difícil lograr acuerdos. No obstante, en “el secreto de la unión” está el modelo de país que debemos buscar todos los días; porque somos una nación de ciudades, regiones y culturas malditamente ricas, pero en vez de desarrollar esas riquezas, pareciera que hubiéramos preferido quedarnos con la maldición de las violencias.
Algunos dicen que el colombiano vive del cuento y que nos encanta conversar con los amigos “para que nada cambie tanto como el pasado”. Debe ser, porque “el secreto de la unión” está en nuestra lengua materna. “El castellano es una lengua planetaria, aquí y al otro lado del océano”. Así que, parémosle bolas al relato, la memoria, el territorio y la raza. Unámonos, por favor.
DOCUMENTO DE REFERENCIA Y/O CONSULTA:
OSPINA, WILLIAM. “En busca de la Colombia perdida”. Penguin Random House Grupo Editorial, S.A.S. (Primera edición), Bogotá, Colombia, abril de 2022.
LANZA LLAMAS:
El presidente Petro no supo reconocer el malestar expresado en las numerosas manifestaciones del miércoles pasado. El primer mandatario todavía no entiende que debe tratar de gobernar para todos los colombianos y que debe propugnar por unir al país, si en realidad quiere avanzar en el propósito de alcanzar la paz. La negación del otro es tan grave como “el silencio de los guerreros”. Ojalá que en aras de defender la democracia no caigamos en las trampas de la guerra.
De acuerdo contigo en todo. Ramiro Bejarano, en _El Espectador) de hoy, reflexiona como tu diciendo que Petro no supo leer las demonstraciones en su contra...