Jorge Garcés B.
“Cambiar el futuro”[1] en Colombia dependerá de que logremos cambiar las armas por la política y las rentas ilegales por una economía lícita que brinde oportunidades y prosperidad para todos. Sin embargo, la paz divide a los colombianos. Por ejemplo, unos exigen justicia penal y otros justicia social. Lo cierto es que debemos hacer énfasis en ambos paradigmas.
Ahora bien, con el ELN se requiere de una negociación política, pero con los demás grupos armados bastaría un simple acuerdo de desmovilización, desarme y reintegración a la sociedad con garantías. Es decir, llevar a cabo una “agenda corta o mínima” con esas organizaciones criminales por su insignificancia política. Entiendo que no será una tarea fácil dejar de heredar odios, comenzar a construir certezas entre nosotros y desnaturalizar a la violencia de nuestras vidas.
Sin embargo, también debemos ser realistas, “la paz total” ignora la codicia, las contradicciones sociales y una crisis de valores que no se puede negar. Así que, a mediano plazo, me conformaría con una paz parcial sin demasiadas expectativas en el futuro inmediato. En otras palabras, al ELN se le puede invitar a la compleja “repartija del poder”, mientras se mantiene el ofrecimiento de la reinserción para las demás organizaciones criminales.
Dicho de otro modo, en tres años no alcanzaremos “la paz total” pero debemos comenzar a darle continuidad a una política de negociación común. No sigamos desaprovechando las experiencias, las políticas públicas y los modelos desarrollados por gobiernos anteriores para la pacificación del país.
Esa “cultura sectaria” que tanto nos caracteriza impidió, por ejemplo, que a Colombia llegaran grandes migraciones durante el siglo XX; impidió que las guerrillas prorrusas, prochinas, procubanas, proindigenistas, nacional-populares, sandinistas y albanesas se unieran e impidió hasta hace diez meses que por primera vez la izquierda democrática llegara al poder.
No obstante, Alfonso López Michelsen decía: “hay que derrotar primero a la guerrilla, para luego negociar con ella”. Traigo esta frase a colación, porque se percibe por parte del presidente Petro un “exceso de zanahoria” y de “voluntarismo”. Mientras tanto, el ELN lleva por lo menos cinco años recomponiendo sus fuerzas, llenando el vacío que dejaron las FARC.
Al mismo tiempo, el primer mandatario está desechando importantes variables como la correlación de fuerzas y “el punto muerto” o el “empate doloroso” para que eventualmente el ELN acepte firmar un acuerdo sensato. El presidente Petro está jugado a todo o nada. Ojalá dentro de tres años esto no termine siendo un error de cálculo y una receta para el desastre. Me parece más grave aún la idea de crear un fondo para que el ELN no secuestre ni extorsione, ignorando “las lógicas de la revolución”, de las rentas ilegales, de la endemia propia de los territorios, del poder del terror y hasta de la apolítica de la política misma.
De tal manera que no quiero ser pesimista pero la tregua provisional con el ELN parece ser la antesala de un nuevo pulso de fuerzas. Además, los números no mienten, el crimen organizado y la delincuencia común se están tomando los pueblos y las ciudades. Esperemos que el ELN no esté engañando al gobierno y “utilizando nuevamente la paz como recurso militar”.
Lo cierto es que no veo al ELN dispuesto a “traicionar la revolución” para comenzar a ganar y perder elecciones en democracia. El Ejército de Liberación Nacional dice querer examinar el modelo económico, el régimen político y todo lo que para ellos impide la reconciliación nacional. Es decir, todo. Mucho me temo que el ELN no quiere ser gobierno, sino un Estado nación.
[1] PIZARRO, EDUARDO. “Cambiar el Futuro”. Historia de los procesos de paz en Colombia (1981 - 2016). Penguin Random House, 2017.
Debemos unirnos todos los Colombianos y derrotar la violencia. Es evidente que el ELN no tiene intenciones auténticas de ceder Y el Gobierno Colombiano juega un papel tímido e inconcluso. Tibio.