Jorge Garcés B.
Crecí en un matriarcado, rodeado de mujeres amorosas e inteligentes pero machistas. No obstante, y después de siete mil años, estoy dispuesto a compartir el mundo de una manera distinta con las mujeres. Entremos en materia: “conceptualmente, las diferencias entre los sexos no implican desigualdad legal”[1] pero históricamente la desigualdad ha sido del cielo a la tierra.
Por eso Alda Facio propone repensar el derecho para regular la convivencia entre hombres y mujeres. Dicen que el derecho debe recogerse en la calle para que las leyes sean legítimas, a pesar de que los vacíos de ley sigan siendo llenados por los jueces y los vacíos del hombre por la naturaleza. Sin embargo, no estoy seguro si el feminismo sea la mejor manera para contrarrestar al machismo. Entiendo su razón de ser, pero creo profundamente en una frase de Carlos Fuentes: “la distancia hace creer que la diferencia es mayor, mientras que la cercanía comprueba lo contrario”. Porque a veces pareciera que hacemos demasiado hincapié en lo que nos diferencia y olvidamos lo que nos asemeja como personas y seres humanos.
Dicho de otro modo, estoy de acuerdo en trabajar las relaciones de poder entre hombres y mujeres, estoy de acuerdo en repensar al derecho como instrumento regulador para ese fin y entiendo al feminismo como respuesta frente a un mundo de hombres y para hombres. Sin embargo, confieso tener reservas sobre el feminismo como ideología política.
Por otro lado, decir que “la violencia contra la mujer es a la vez universal y particular, pues no hay ninguna región del mundo, ningún país y ninguna cultura en que se haya logrado que las mujeres estén libres de violencia”[2], es a todas luces asombroso. Asombroso, por tratarse de una generalización casi cierta pero inexacta. Por ejemplo, están los casos de los Tuaregs en el desierto del Sáhara, la tribu Wodaabe, que también habita en el Sáhara, Camerún, Chad y Nigeria y está mi familia, donde las mujeres son el sexo dominante.
Ahora bien, leyendo la ponencia “Masculinidad en el Nuevo Milenio”[3], el asunto se complejiza, porque en el mundo contemporáneo las demandas hacia el hombre y la mujer son exponencialmente crueles. Esta nueva realidad exige que la mujer deba ser como el hombre y el hombre como la mujer.
De tal manera que, la identidad de género está en una especie de crisis o al menos en un proceso de deconstrucción después de siete mil años. Para algunos se trata de un desafío y para otros una oportunidad. En cualquier caso, estamos frente a una serie de interrogantes, más allá de un simple juego o intercambio de roles. Quiero creer que se trata de un proceso natural y necesario para que todos nos tratemos como personas. No obstante, siento que la presión, la carga y las nuevas demandas de hoy, están dirigidas al hombre y la mujer y no al ser humano y a la manera como debemos relacionarnos con nosotros mismos, con el entorno y con los demás.
Lo cierto es que queda claro que no se puede hablar de paz o de unos máximos de justicia y unos mínimos de violencia sin hablar de género. Y no se puede hablar de paz “sin reconocer que también las mujeres juegan distintos papeles, especialmente en acciones de resistencia, de denuncia por desapariciones y porque se organizan en grupos con claras propuestas políticas frente a las guerras”[4].
Wilches lo demuestra con múltiples ejemplos en distintos contextos. Parafraseándolo: los hombres y las mujeres juegan diferentes papeles en la guerra pero en los procesos de paz, los hombres y las mujeres suelen participar sin estereotipos. A pesar de ello, me pregunto: si la estrecha relación que tiene la mujer con la paz se debe a que también se le excluyó de la guerra. De cualquier modo, “las mujeres deben enfrentar un doble desafío: participar en estructuras enmarcadas en necesidades e intereses masculinos y transformarlas” (Wilches, pg. 94). Lo que sí está comprobado es que incluir a la mujer en procesos políticos o de paz, reduce la violencia, la corrupción y ayuda sustancialmente a la resolución pacífica de conflictos.
En resumidas cuentas, hoy entiendo que la identidad de género es una construcción cultural que se aprende y que está llena de grises, mitos y resistencias; que el feminismo defiende a todos los géneros; que la igualdad de género debe ser la meta, porque simboliza el camino a la libertad que merecemos todas las personas; que la transversalidad de género es una estrategia para continuar trabajándola y que el enfoque o perspectiva de género no se debe imponer.
Por último, hoy soy más consciente que al opinar sobre el cuerpo de otra persona puedo lastimar su autoestima. Hoy soy más consciente sobre la necesidad de ayudar a desnaturalizar la violencia de género y ha no reproducir patriarcados cuando tenga mi propia familia.
Bibliografía y/o Documentos de Consulta
1. Facio, Alda: “Feminismo, Género y Patriarcado”.
2. “Poner Fin a la Violencia contra la mujer: de las Palabras a los Hechos;” Estudio del Secretario General de las Naciones Unidas, p. 27 – 66.
3. Salas, Calvo, José Manuel. Guadamúz, Campos, Álvaro. Ponencia “Masculinidad en el Nuevo Milenio”. I Encuentro CentroAmericano Acerca de las Masculinidades. Noviembre 21, 22 y 23 de 2001. San José, Costa Rica.
4. Wilches, I.M.: “Paz con Género Femenino: Mujeres y Construcción de Paz”. P. 74 – 94.
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